martes, 21 de septiembre de 2010

Dancing-Big-Queen (o como llegué a la Danza Oriental)

Como cada otoño, otro curso empieza. Una nueva temporada en la que mi agenda empieza a engordar desaforadamente con clases y clases de baile… porque una de las cosas que más me ha gustado en mi vida es bailar.

De pequeña me daba pereza todo. Mis padres siempre me han contado que yo no gateaba, yo reptaba. Reptaba por el suelo, arrastrándome como podía con ese pañal de antaño (que ocupaba el cuádruple de los de ahora) hasta llegar a la silla/sofá/cama más cercana.

Cuando se pusieron firmes conmigo, e intentaron que anduviera aunque solo fuese una manzana, ya era tarde. Yo me las ingeniaba para hacer un quiebro tipo Ronaldo y plantarme delante de mi padre con los brazos estirados, suplicando que me cogiera en brazos…Y siempre lo conseguía.

Sin embargo, y eso también me lo han contado mis padres, si escuchaba una canción, fuese bonita o fea, yo no podía evitar moverme al compás. Arrastrando nuevamente, como podía, el megapañal ochentero.

Tanto es así, que mis padres decidieron apuntarme de pequeña a ballet. Y eso me encantaba…disfrutaba con el tutú, con las bailarinas, con la sensación de ser una princesita… Me tiraba horas viendo videos de Margot Fonteyn y Rudolf Nureyev (sobre todo la Dama de las Camelias y Romeo y Julieta)!!!



Y era feliz…hasta que crecí.

Mi flexibilidad siempre maravilló a mis profesores, y mi memoria coreográfica también. Pero todo se torció con un problema que se convirtió en un obstáculo insalvable: Yo creía, y crecía, y crecía. Me hice enorme.
Con 8 años medía casi tanto como mi madre (de hecho tuve que hacer la comunión un año antes, porque sino se hubiera tenido que ir a una tienda de trajes de novia para mi vestido. Verídico)

Y no solo era alta, sino que me desarrollé en todos los sentidos. Yo era…demasiado grande (gorda, no. Era GRANDE. Enorme) Y claro, la dulce, liviana y etérea profesora de ballet habló con mi madre y le dijo que por mi bien, debía dejar las clases, ya que sino, sufriría en el futuro al ver como mis pequeñas compañeras podrían llegar más lejos que yo y mi tamaño.

¿Y mi madre que hizo? Me apuntó a Taekwondo.

¡¡¡¡¡¿¿¿????!!!!!!


Grande yo y grande mi madre.
(Pamearynoechargota.)

Pasé de ser una princesita, a  ser Mulán*



Del taekwondo, que nunca me convenció, pasé al baloncesto, donde hice mis pinitos debido a mi altura (por fin servía para algo!). Pero siempre eché en falta el baile. El poder moverme al ritmo de la música..bailar y bailar..algo que solo podía hacer en los baretos a los que salía con mis amigas los fines de semana, y en los festivales de fin de curso en los que las niñas de la clase preparábamos un baile con la canción de moda del momento (en mi caso fue The Sign de Ace of Base, tiempos aquellos!)

Así suplía mi necesidad de baile hasta que descubrí la Danza Oriental.

Llegué a ella por casualidad, bueno…no tanta.

A mi siempre me atrajo lo oriental, y un día, en la facultad, vi que había clases de Danza del Vientre. Me pareció muy exótico y atrayente y me dio muchísima rabia no poder ir, porque los horarios no eran muy buenos…pero a partir de ahí busqué academias, y por aquel entonces no era tan fácil como ahora. De hecho me costó bastante.

Me gustaba porque se puede bailar sola, porque no hay límite de peso ni de altura (ni de edad, si se hace con moderación..), porque te enseña a aceptarte y quererte tal y como eres, porque este tipo de danza consiguió que volviese a sentirme femenina y princesita y porque consiguió hacerme sentir sexy, porque no decirlo!!

De eso hace ya casi 8 años..años en los que me he ido picando más y más, conociendo tendencias, diferentes ramas de la danza oriental, fusiones..y volviéndome cada vez más y más “friki”…pero eso, lo dejo para otro post, que por hoy ya está bien de frikadas..

Bueno no. Otra más, os dejó una joya de una de mis profesoras de oriental clásico, la gran Eva Chacón..y que siga la danza!!



* Sé que Mulán es China y el taekwondo es coreano, pero no he encontrado una guerrera femenina más cercana geográficamente. Reconozco mi ignorancia.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Mieditis aguda.

Las cuestiones del corazón son complicadas. Eso lo sabemos todos. Muchos de los problemas que nos llegan de la mano del amor dependen de la persona con la que te encuentras en frente (como dicen mis bloggeras favoritas en quédate a dormir con “los chungos de nuestra vida”), pero mi círculo y en concreto mis amigas, siempre me repiten que el 75% depende de la actitud que le pongas, de las veces que lo intentes, y del coraje que le eches.

Mi suerte en el terreno amoroso se parece a las probabilidades de éxito de Betty la Fea en Miss Mundo. Ninguna.

No es cuestión de ahondar en las heridas, pero digamos que mi trayectoria ha sido bastante mala. Y esta experiencia ha dado un fruto que todavía hoy sufro en silencio como si de una hemorroide mental se tratara: el MIEDO.


Los continuos fracasos sentimentales trajeron consigo un miedo que roza lo enfermizo. Miedo al fracaso. Miedo al rechazo. Miedo a que salga bien. Miedo a perder mi libertad. Miedo a no ser suficiente. Miedo a dar el paso. Miedo, miedo y más miedo

Con el tiempo me di cuenta de no era la única que sentía miedo, qué va! Somos muchos miedosos y cobardicas los que nos escondemos tras máscaras de seguridad y firmeza.

Pero.. ¿Cuáles son los tipos de miedo con los que nos podemos encontrar? Hay va una muestra que he comprobado con mi experiencia y con la de la gente que me rodea:

El miedo a lanzarse. Normalmente este tipo de miedo es mayoritario entre las féminas. Normalmente digo, porque a estas alturas he visto de todo... incluida en servidora.

Este miedo suele venir provocado por un miedo al rechazo, una inseguridad patológica o una timidez extrema... y ese miedo hace que se te paralice el cuerpo y que no hagas nada de nada frente a la persona que te interesa. Nada de nada o todo lo contrario: te vuelves tremendamente frío e indiferente, casi casi despectivo y borde (y en ocasiones, no tan casi). Con esa actitud, puedes conseguir dos cosas en el caso de que le intereses: que pase de ti porque crea que no tiene ninguna posibilidad, o que pase de ti porque crea que eres borde y antipático.

Resultado? El esperado: pasa de ti. (“Ves!! Ves como tenía razón!! Pasa de mi!”) Chica, con esa actitud, no me extraña.

El miedo a empezar. Este tipo de miedo suele darse más en el género masculino. Y (repitiéndome) normalmente digo, porque también en este caso he visto de todo…incluida en servidora (ainns).

Una vez lanzados a la piscina, y metidos en el asunto (vamos, una vez nos hemos liado o frinkado a placer), viene esa terrorífica pregunta: ¿Y ahora qué?

Pues ahora quedan (simplificando mucho) dos alternativas: que todo quede en un rollete, o bien de una noche o bien como un “fijo-discontinuo”, porque ambas partes lo consideren así (aunque en la práctica siempre hay uno que quiere más..) o que se plantee el tema como el principio de algo.

Ese es el punto. El principio. Empezar. Pánico. Horror. Terror. Y vértigo, mucho vértigo, porque en este punto lo que se le pasa por la cabeza al miedoso o miedosa es: “Renunciar a TODO tu tiempo para ti, renunciar a tomar tú solo las decisiones, renunciar a tu espacio, renunciar a tu libertad..”

Todos estos pensamientos negativos hacen que esa persona que hasta hace nada te parecía tremendamente atractiva y excitante, ahora se asemeje más a una especie de monstruo posesivo y chupóptero que te encarcelará de por vida.

De tal forma que el miedo, en estos casos, te hace auto-convencerte de que, verdaderamente, esa persona no te gusta tanto, y que no merece la pena “renunciar”.

Resultado? Sales corriendo cual correcaminos de la Warner. Silueta incluida.


El problema aparece cuando caes en la cuenta de que quien realmente ha decidido por ti es el miedo. Empiezas a plantearte si en verdad “empezar” significa “renunciar” y comienzas a pensar que puede merecer la pena, al menos, intentarlo.

Aunque por desgracia, normalmente uno se suele dar cuenta demasiado tarde. Lástima.

El miedo a implicarse. Este tipo de miedo, aunque dicen que es también típicamente masculino, yo lo he visto por igual…incluido en servidora (doble ainns)

Una vez metidos en el ajo, una vez se tira pa’lante y mientras se vive el presente, aunque sea con pequeños movimientos de codo de playmobil, toca implicarse, mirar hacia el futuro, y pensar en una vida en pareja. Y con cierta edad, convivencia (boda en su caso), hijos…

MIEDOOO!! Terror elevado a la enésima potencia, Pánico agudo y en algunos casos urticaria grave. Aquí no hay vértigo, hay caída libre y sin paracaídas.

Resultado? Pueden pasar tres cosas (simplificando mucho):

Una. Que se mande todo a paseo porque gana el miedo. O porque realmente es el miedo el que nos hace darnos cuenta de que no queremos esto, o al menos, no en este momento.

Dos. Superar el miedo gracias a grandes dosis de amor. (oooooohhhhhhh!!!!)

Y tres. Tirar pa’lante porque hay un miedo mayor al miedo a implicarse…

El miedo a romper. Este tipo de miedo también puede considerarse unisex…incluido en servidora (triple ainns)

Este miedo suele tener su origen en el miedo a la soledad, el miedo a los cambios y el gusto por la inercia y la rutina adquirida, todo ello unido al cariño que ha nacido hacia la pareja.

En la opinión de mi grupo de amigos, es el más difícil de superar.

Darse cuenta de que realmente ya no quieres a tu pareja, y tener el valor de “tirar” por la borda lo conseguido…ufff difícil decisión.


Resultado? Virgencita que me quede como estoy, que mejor malo conocido que bueno por conocer. (siempre me he planteado si este refrán es bueno o no, porque sinceramente yo prefiero lo bueno por conocer..siempre y cuando llegue, claro!)

En definitiva, creo que todos en algún momento habremos sentido un miedo parecido a los que he mencionado…incluida servidora (ya no me quedan más ainns..)

Pero como mi querida Dra. B me dijo en una ocasión, que “esos miedos no se conviertan en un miedo a vivir”.


Por eso, el año pasado decidí que ya está bien de miedos (Un “se acabó” tipo María Jiménez) y que le iba a echar ganas, huevos, harina y lo que hiciera falta. Así que espero hacer un pastel rico rico. Lo que no sé es si alguien se lo comerá.

Yo no, desde luego…es que me da miedo.

martes, 7 de septiembre de 2010

Su tabaco, gracias.

Este primer post se lo dedico a todas aquellas personas que han estado cerca de mí, animándome y aguantándome, en estos primeros momentos sin tabaco. Perdón por mi irritabilidad y gracias por estar ahí.

“Su tabaco, gracias”. Esa frase ha sido una de las pocas que he escuchado durante más de la mitad de mi vida, durante todos los días.

Si.

Eso mismo que estáis pensando.

Hola, me llamo Adalias y soy fumadora.

Bueno…era. Porque hace aproximadamente 45 días (44 días y 3 horas para ser exactos), que decidí que me fumaba el último cigarrillo y que ahora tocaba fumarse la vida.

No es la primera vez que decido dejar de fumar. Es la tercera (el tercer intento serio quiero decir).

La primera vez lo dejé porque a mi novio de entonces no le gustaba. Él era bastante deportista y no fumaba (excepto algún cigarrillo esporádico las noches de copas y celebraciones al uso). Me costó Dios y ayuda dejarlo, pero lo hice. Estuve 9 meses limpia.

Volví a fumar cuando rompimos. De hecho, y sin ser exagerada, 10 minutos después de cortar nuestra relación me fumé un cigarro que me supo a gloria bendita.

De ese primer intento la moraleja que extraje fue: “tienes que dejarlo por ti mismo, y no por los demás”.

La segunda vez lo dejé por mí, durante mi época de opositora. En ese afán mío por controlarlo todo, decidí que mi vicio maloliente era de las pocas cosas controlables que estaban a mi alcance. Me volvió a costar Díos y ayuda, pero también lo dejé. Estuve año y medio sin fumar.

El problema vino cuando aprobé, y volví a pisar la calle. La calle y los bares. La Noche me perdió. Y yo volví fumar.

La moraleja de ese segundo intento fue: …… Ains…. “siempre voy a tener ganas de fumar”. ( y más con una copa en la mano, y dos en el estómago)

Y aquí estoy con el tercer intento.

Ahora, lo he decidido por mí, por mi salud, y por mi bolsillo. Por mi bolsillo está claro, los casi 4 euros del paquete de tabaco que yo fumaba, hacían que anualmente 1278 euros se fueran al vicio….1278 euros!!!!! Sin comentarios. Y por mi salud, también está claro..mis pulmones me lo agradecerán. Mis pulmones, mi garganta, mi pelo, uñas y piel, mi voz, mi olor y mi aliento (y como consecuencia también lo agradecerá alguna que otra persona).

Esta vez estoy haciéndolo con cabeza.

Previendo que uno de mis problemas es la ansiedad que me produce la imposibilidad de darle al fumeque, consulté con el médico sobre los medicamentos de apoyo que hay en el mercado, y me decidí (con el beneplácito facultativo, claro está) por uno de ellos.

Ahí comenzó el maravilloso mundo de los efectos secundarios de las pastillas. Cuando uno se lee el prospecto, no sabe si tomárselas o tomarse directamente un chupito de arsénico, tirarse por el puente más cercano. Realmente sería más rápido.

Las pastillas en cuestión tenían, sobre todo, dos efectos secundarios que me llamaron la atención: por un lado, podían ocasionar dolores gastrointestinales, y por otro lado, depresión y comportamiento suicida.

Vamos, que o me voy por la patilla, o me corto las venas…eso sí, sin fumar.

Afortunadamente, no fueron ninguno de esos dos efectos los que me tocaron a mí. A mí me han tocado otros más normalitos: insomnio y positivismo vital.

Desde que dejé de fumar, paso las noches ojiplática, viendo las series que tenía acumuladas, leyendo los libros que hacían cola en mi mesilla de noche y jugando con mi gato, que al igual que yo, se activa por la noche…

El otro efecto secundario no es tan malo, al contrario, es coj*nudo!! Estas pastillas, al actuar directamente sobre mis neuronas, y tener el efecto ansiolítico que mi mente necesita tras arrebatarle la nicotina, han provocado que todo me lo tome bien, que esté siempre contenta y con un optimismo, en ocasiones, exagerado. Parece que me han inyectado "felicidina" en vena
En ocasiones veo “Disney”.
Da miedo.
Y risa. Mucha.

A pesar de todo, tengo que reconocer que las pastillas me están ayudando bastante, ya que hay que empezar a tomárselas cuando aún se está fumando, por lo que a medida que pasan los días, el olor y el sabor del cigarro, dejan de causarte ese placer que a todo fumador hace que se nos ponga los ojos en blanco, con lo cual, apagas el cigarro, con cara de asco, sin haber llegado al ecuador del pitillo.

En definitiva: el mono/ansiedad físico, parecía que iba a ser superado sin problemas.

Por otro lado está el mono psíquico y los cambios de humos…ese es otro cantar. Aunque también noto que es mucho menor en comparación con los otros dos intentos. En este caso, he tenido una semana mala, una semana en la que he intentado ser mejor de lo que soy normalmente, y aún así no he podido evitar un par de brotes psicóticos en el trabajo y la confirmación por parte de mis jefes de que esa primera semana he estado “un poco más sensible”.

Ainns.

Pero bueno, lo peor ya pasó, y ahora me considero una ex fumadora. En proceso de consolidación, de acuerdo. Pero ex fumadora al fin y al cabo.

Solo espero que pasen cuanto antes estos primeros meses sin tabaco, terminar el tratamiento y volver a mi estado de ánimo “normal”, sin que los efectos secundarios hayan hecho mucha mella en mi (aunque ya he asumido que el tic “me-palpita-el-ojo-de manera-compulsiva” formará parte de mi irremediablemente)

Y cambiando de tema….alguien sabe como desengancharse de los chupa-chups?

Jo.

PD Por cierto, sed bienvenidos! Espero que el blog al menos os divierta, y que sea de doble dirección. Soy Adalias. Ex fumadora. Encantada.